Una pequeña introducción

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20 jul 2020

Miedo

DISCLAIMER: soy consciente que este escrito lo hago desde relativo privilegio. Creo que fue eso lo que me motivó a hacerlo, que no todos estemos allí.

La idea de este escrito me llegó mientras me lavaba el cabello con un shampoo que decía contener capullo de gusano de seda. Inconcebible. El ingrediente del shampoo también, pero suele ocurrirme este tipo de cosas, tener ganas de redactar en los momentos menos apropiados para ello. Y prueba de ello fue un poema que le escribí a esas palabras muertas, porque luego de mantenerlas mientras iba en el bus o me ocupaba de algún quehacer, cuando me sentaba a recrearlas, ya no estaban, se habían ido. A diferencia de las ocasiones anteriores, tomé apunte de lo que podría recordármelas con frases sencillas. Está funcionando, supongo.
Y es que hacía mucho tiempo no se me antojaba escribir. Tal vez es uno de los efectos de los 122 días de  confinamiento que se cumplen hoy, en los que no hay ganas para hacer algo adicional a las actividades supervivencia comunes que llevaba de todos modos en el estilo de vida anterior. Cuesta repasar una de las dos canciones que escogí para aprenderme en los instrumentos que tengo en casa. Cuesta leer un libro nuevo. Cuesta el nuevo aprendizaje, por supuesto que también es dificultoso crear alguna idea nueva, que es lo ideal en una entrada de blog como esta.
Aún así, creo que este periodo de encierro no ha implicado una gran afectación en lo que respecta a mi estabilidad emocional (que desde luego solo lo digo por mí). Eso no me hace ajeno a conocer lo que para otros ha sido bien difícil, por eso mi extrañeza por como lo he abordado. Lamento mucho que tantas personas tengan que enfrentar la incertidumbre, uno de tantos problemas surgidos a raíz de todo lo ocurrido. Y es que en Colombia no la hemos tenido fácil incluso desde antes de la declaratoria de pandemia a nivel mundial. Por solo citar unos meses antes, veníamos de marchas enérgicas, toques de queda, falsos rumores del caos orquestados por el Gobierno y sus aparatos represivos... Qué día me vino a la cabeza aquel 22 de noviembre de 2019 en el que encerraron a todo el país en con la idea de armar el alboroto mediático y justificar el uso excesivo de la fuerza, causando que la gente cercana se armara con lo que pudiera y estuviera dispuesta a atentar contra quien fuera. Venimos ya con un desgaste emocional anticipado.
Y es increíble todo lo que ha venido afectando el hecho de no poder salir de casa, que lógicamente no se limita a eso. Involucra el mediano o poquísimo equilibrio económico de algunos, involucra la sensación de mayor confusión a la acostumbrada, la escasez de oportunidades... Ya no es posible ni siquiera acudir a esa burda romantización de la imagen del colombiano: la del rebusque. 

Volviendo a lo personal, pensando en lo que a me mueve esta situación y luego en lo que ha implicado para los demás, creo que aún con todo lo expuesto y con lo que adicionalmente podría poner en consideración, no es esto lo que me aterra más. No le temo a la posibilidad de permanecer en el mismo sitio por más tiempo. Le tengo miedo es a la costumbre. A la costumbre de ver el hambre desvanecer esa parte de la comunidad que no podría continuar con las circunstancias dadas. A que usted y yo lo normalicemos tal y como lo hemos hecho con otros sucesos desafortunados. A ver la muerte como una posibilidad inexorable si no se trata de mí o de mis cercanos. A aceptar todo este escenario como la nueva realidad. A la resignación. A evitar pensar en rehacer la forma en como nos vinculamos con los demás. A aceptar la cotidianidad como un simple proceso digital. Y creo que podría resumir mi mayor miedo en una sola frase: al egoísmo infundado.

Con el cambio de prácticas sociales de las generaciones anteriores, se le ha dado mayor valor al bienestar propio. Sigue siendo fabuloso porque a partir de ello se han configurado mejores perspectivas del individuo para sí. Muchos apoyamos la priorización de sí mismo ante varios escenarios, por ejemplo de la salud mental, de la estabilidad emocional, incluso en el ámbito familiar cuando es una cuestión de principios, etc. Es aquí cuando viene la dificultad. ¿Realmente se le debe tal fidelidad a la prioridad de velar por sí mismo? ¿En qué momento se convierte en egoísmo?
Esta es mi mayor queja. Temo esto de mis cercanos. La ceguera egocéntrica. Ante la coyuntura en curso, se me hace importante mencionarlo. Y lo hago a pesar de la dificultad que sé que es llevar las emociones propias, ¿como por qué debería cargar con las del otro? No siento que esto sea una cuestión de prioridades. A lo largo de la historia se ha evidenciado lo que implica imponer el bienestar personal sobre el particular (sencillamente observemos la clase política que nos gobierna). No tengo todas las respuestas a lo que planteo aquí, pero creo que hay una posibilidad de imaginar el bien personal como parte de uno mayor, de uno común, de uno colectivo. Y esto sin establecer jerarquías, sin darle un mayor valor a uno u otro. 
El amor propio puede convertirse en un sentimiento por los demás, en una armonía permanente, de la misma forma como aceptamos la luz del día para interactuar y la noche para pernoctar. De la misma forma en la que hallamos la justa proporción entre el queso y el bocadillo. Quizá intentando hallar un balance entre lo que queremos para nosotros y cada uno de ellos, los que bordean el sendero que estamos recorriendo.

Sigo consciente que esto es lo más utópico que puedo esperar, pero en honor a lo que solicito y a la necesidad de exteriorizar todo esto, seré consecuente con ello. 

:)

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