Una pequeña introducción

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Bogotá en 100 palabras - Antología de letras recicladas

Desde el 2017, la alcaldía de Bogotá (no es que me enorgullezca hablar de cosas buenas de este gobierno pero pues ajá) lanzó una iniciativa llamada Bogotá en 100 palabras, un concurso donde invita a los ciudadanos a relatar anécdotas, historias, imaginarios y lo que venga en cien palabras o menos. Algo muy interesante para los que nos gustan los microrrelatos (Porque no damos para leer más). Para más detalles, échele ojo a este enlace que al escribir esto aún hay inscripciones. 
En el marco de dicho concurso, también se programaron talleres que buscaban orientar a los participantes en el proceso de ingeniarse sus historias en aspectos como los narradores, la estructura, entre otros factores. Yo tuve la oportunidad de participar en algunos talleres, y con base en las actividades que nos proponían, surgieron algunos relatos que quiero compartir aquí (ya que llevo tiempo considerable sin aportarle nada a este blog) y que obviamente no van a participar dentro del concurso. Creo que tengo aún muchas ideas en la cabeza, las iré actualizando tan pronto las materialice en español (porque a veces la mente habla otros idiomas). En fin, espero que sean del agrado de quien sea que esté leyendo esto. Aquí vamos:
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Título: [---]
-Diablos, no llegaré a tiempo. Sameer Gadhia rezongaba en el F19 mientras no perdía de vista su baúl en el que protegía su sitar. Le quedaron mal con el transporte, pero ese recital no se daría solo. Titubeó al bajarse -¿Es Calle 34 o Profamilia? Forcejeó entre la multitud y en esas cayeron trozos de madera a los que nadie les echó ojo.
El articulado B152 terminó servicio. Desaseado y en calma,  propició un ambiente en el que los insectos foráneos comenzaron su multiplicación, buscando calidez entre las rendijas del armatoste rojo.
Con la ruta C15, el vehículo inició de nuevo su marcha en la tarde del día siguiente sin percance. Tamaña desgracia para la ciudad que la azotó una ola de calor enfurecida. Las polillas dedujeron estar en casa, tanteando terreno una a una. En cuestión de minutos, los pasajeros se vieron enfrentados a una turba de larvas metamorfoseadas. "Esto es obra del diablo" exclamó un octagenario que las espantaba con su bastón. Y ellos, pasajeros, creían que no había nada peor que un Transmilenio en hora pico. Se equivocaban.

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Título: [---]
La visita a San Luis buscaba prevalecer uno sobre otro. Dando traspiés entre calles empinadas, asombraba la monotonía dibujada por edificios complejos que contrastaban con la sencillez maltrecha de la arquitectura comunal, pero funcionaba de distracción mientras buscaban camino a Las Moyas: sendero de olvidos, de confrontación emocional. Al final sólo uno de ellos retornaría. ¿Sería la aflicción quien tomó la iniciativa? ¿Sería el miedo quien impidió seguir caminando?
Regresaron juntos. Necesitaban apaciguarse en otras ocasiones y mantener una armonía en el individuo cada que fuera necesario recorrer el entramado de los cerros y las emociones, uno a la vez.

Y finalmente, participé con este pequeño relato de una bonita historia que es 90% realidad. No daré más detalles, solo que fue bonita.

Título: Recargue la tarjeta antes de la siguiente aventura
Y a pesar de lo que siempre creyó del sur, su angustia despareció.
-¡Esto no es Bogotá-, advirtió asombrada. Y vaya que tenía motivos: no respirabas diésel ni había minibum al menudeo. El SITP se alejaba del acostumbrado pavimento enterrándose entre cultivos. El horizonte vestía de colores. Descendiendo del bus le di la bienvenida al Embalse La Regadera. Comenzó el coqueteo. Entre árboles y arbustos cada situación riesgosa era oportunidad de tomar su mano.
De repente su rostro enrojeció.
-¿Qué te sucede?-, dije.

-¡Era mi último pasaje!-. Con el sonido del agua fluyendo me pregunté "¿ahora dónde recargamos la Tullave?"

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